Algo importante para los concesionarios de Radio y TV “Una cosa es manejar información y otra muy distinta es manejar conocimiento”
Escribe: Guillermo Peña H.
Este
artículo es el resultado de una compilación de aforismos y sátiras muy
selectas, escogidas especialmente para comparar, analizar y demostrar
que la nuestra (Cañete) es una sociedad contaminada por la tentación del
dinero fácil y rápido en la clase política y mediática, por la desidia y
la abulia de una población cada día menos culta y pésimamente educada,
con preferencias nefastas y actitudes indolentes contra la cultura.
“Los alimentos son más
sensibles que la educación; un estómago es más discente que una cabeza”.
“La mano izquierda de Midas del periodismo, que cuando toca una idea
ajena la transforma en opinión: ¿cómo reclamar oro robado si el ladrón
sólo tiene cobre en el bolsillo?”, son frases mordaces y sarcásticas de
gran calibre intelectual que siguen vigentes, pertenecientes a Karl
Krauss a través de su libro 'Contra los periodistas y otros contras'.
Por otro lado, Goethe analizaría la realidad actual del periodismo, y
luego de una sabia reflexión concluiría lo siguiente: “La ley es
poderosa, pero más poderosa es la necesidad”. Cuánta razón tiene el
genio alemán, pues, como sabemos, la necesidad es la madre del fervor, y
la ignorancia la de todos los prejuicios.
Seamos sinceros. La
información es poder. Sí, lo es. Pero muchas veces el poder caldea las
mentes de quienes la poseen y controlan. Bien decía Balzác: “Querer nos
quema y poder nos destruye, pero saber le permite a nuestra débil
organización un permanente estado de calma”. Y es que, como si no
bastara, el poder también crea castas privilegiadas —superpuestas a
otras sin la misma preeminencia—, corrompe y sojuzga. Temo decirles que
esto último es lo que estamos padeciendo como sociedad, y se ha ido
reproduciendo a gran escala en los últimos diez años. ¿De qué manera?
Postergando y soslayando al hombre de prensa con el hábito de la
pregunta y espíritu crítico, con criterio, con inteligencia, con sentido
común, con independencia real y no presuntuosa ni aparente, para darle
cobertura, preferencia y privilegios al ser ruin, desprovisto de
sensatez y abundante en maledicencia, al ignorante, al que piensa con la
lógica de los demás, al mercachifle, al negociante que vende al granel
su programación, al que subasta por temporadas su línea editorial, a
aquel que cree que la mayor inversión de su vida es haber adquirido una
filmadora de última generación para jugar al reportero aventurero y
sagaz, capaz de dotar con primicias en borrador sin una pizca de calidad
a cambio de dinero, transmitiendo a través de su vientre de alquiler,
desde su trinchera; pero que, si no hay incentivo (las monedas) estos se
convierten en jueces del Tribunal del Santo Oficio, iniciando una
persecución so pretexto de fiscalización contra sus presas y pregonando
la ya famosa frase manida “yo no me caso con nadie”, un cliché tan
manoseado como las féminas que abordan el Metropolitano.
Hay que saber
diferenciar: una cosa es manejar información y otra muy distinta es
manejar conocimiento; la primera se condiciona a la segunda y ambas no
pueden conducirse correctamente si no están unidas. La gran mayoría de
integrantes de prensa local —siempre aclarando— no maneja conocimiento,
que es lo esencial para un hombre de comunicaciones; en sus manos está
la información, o sea el poder, y con él hace lo que su (in)conciencia
le dicta. Eso es lo que nosotros, como público espectador,
recepcionamos, generamos opiniones y posteriormente decisiones. Con todo
lo dicho, ¿decidimos correctamente? Lo pregunto porque la información
que se recibe es subjetivamente mal intencionada.
Si en algo vamos a
coincidir es que la certeza absoluta no existe. Alfredo Bryce Echenique,
está convencido que, en todo trabajo periodístico, sólo es posible
alcanzar la objetividad total mediante una subjetividad bien
intencionada, y que éste es el secreto que han aplicado los grandes
periodistas como Gay Talese, Tom Wolfe, Truman Capote y Norman Mailer.
Bryce se refiere a ellos a través del prólogo que él mismo elaboró para
su libro de artículos periodísticos y ensayos titulado 'Derroteros de un
periodista poco nato', publicado en 1996.
Sin embargo nuestros
hombres y mujeres de prensa —la gran mayoría (lo repito para excluir a
algunas honrosas excepciones)— carecen de buen gusto y aptitud para
adquirir material bibliográfico valioso y fundamental para su desarrollo
intelectual. Ellos ignoran que el hombre vale por su saber y no por la
riqueza que acumula. Nuestros informadores niegan a la cultura como la
abastecedora de virtudes y cualidades que hacen de algunos mejores que
otros. La inteligencia no tiene género.
Nadie intenta estudiar
ni autocapacitarse; prefieren confiar en su ignorancia. Creen que el
conocimiento les llegará por ciencia difusa. La sabiduría los persigue,
pero ellos corren más rápido. “Basta que un prejuicio sea inverosímil
para que lo acepten y lo difundan; cuando creen equivocarse, podemos
jurar que han cometido la imprudencia de pensar. La lectura les produce
efectos de envenenamiento”, manifiesta un José Ingenieros a través de
'El hombre rutinario'.
Tanta ignorancia los
vuelve indigentes mentales, en ovejas del rebaño, algo lamentable porque
ser contracultural en este tiempo tan difícil no es una opción, sino
una obligación. Tanta ignorancia es signo de vulnerabilidad, y eso es
peligroso. Toda la prensa no da asco —como declara un enfurecido fósil
político debido a su mala experiencia con un par de granujas del
micrófono—, los que provocan esta aversión en el candidato a la alcaldía
provincial son los precarios de la comunicación —como yo los he
denominado para saber diferenciar—, los rutinarios, los zafios que saben
lo que son y no por eso reflexionan y procuran EVOLUCIONAR; esos que
llegan a ser tan absurdos en sus razonamientos que, en vez de provocar
repulsión, enternecen. Porque la estupidez merece la lástima, no la
náusea.
En verdad hay
extorsionadores, pero existen a la par con los extorsionados a voluntad:
este es un matrimonio arreglado por pura conveniencia entre prensa y
autoridad. Esa gran mayoría de quien se dice inducen al vómito a la
moral y la ética, es la que negocia y presiona a la clase política local
y regional, y la que más pregona honradez, honestidad, veracidad y
tantas virtudes y calificativos ausentes en sus personalidades, que por
el constante uso y abuso que le dan, las han convertido en palabras
prostituidas como sus programas informativos. “Las palabras también se
gastan con el uso. Libertad, democracia, derechos humanos, solidaridad,
vienen a nuestros labios a menudo y no quieren decir ya casi nada porque
las utilizamos para decir tantas cosas o tan pocas que se desvalorizan y
afantasman al extremo de convertirse en meros ruidos” (MVLL).
Lo confieso: “soy un
pesimista que quiere que todo salga bien”, y por este motivo les diré
que este es un daño irreversible, porque la solución está en manos de la
audiencia, en la libre y buena elección que esta realice a la hora de
recibir la noticia. ¿Lo hará? Lo dudo
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